Había una vez, en una pequeña ciudad, un niño llamado Jaime, quien vivía en una casa antigua pero llena de vida. Jaime tenía un corazón bondadoso y una gran imaginación. En su mundo interior, convivían diversas partes internas que lo acompañaban a lo largo de su vida.
Jaime enfrentó situaciones difíciles desde pequeño, sus padres trabajaban todo el día y a menudo se encontraba solo en casa, sin un adulto que le brindara el amor, la protección y la guía que necesitaba. Así, sus partes internas jóvenes y vulnerables empezaron a asumir roles y funciones para cubrir las necesidades que sentía sin resolver.
Primero apareció la parte responsable, que asumió el rol de cuidar de Jaime. Se encargaba de que comiera a tiempo, se vistiera adecuadamente y cumpliera con sus tareas escolares. Sin embargo, esta parte se sentía abrumada, ya que aún era muy joven para enfrentar la vida sola.
Luego surgió el protector, que intentaba mantener a Jaime a salvo de cualquier peligro. Esta parte se volvía feroz cuando alguien lastimaba a Jaime, y se esforzaba al máximo para prevenir situaciones difíciles.
Por último, surgió la parte trabajadora, que buscaba desesperadamente el reconocimiento y el amor que Jaime no recibía de sus padres. Esta parte se esforzaba incansablemente en las actividades escolares y en la búsqueda de amigos, tratando de llenar ese vacío en su corazón.
A medida que Jaime crecía, sus partes internas continuaron esforzándose al máximo para protegerlo y cuidarlo, sin darse cuenta de que ellas mismas también necesitaban amor y guía.
Un día, ya en su adultez, Jaime conoció a un terapeuta que le habló sobre la teoría de los Sistemas Familiares Internos. A través de las sesiones terapéuticas, Jaime comenzó a comprender las dinámicas de sus partes internas y a darse cuenta de que, aunque habían hecho lo mejor que podían para cuidarlo, era hora de que su Yo adulto tomara el control.
Jaime comenzó a relacionarse con sus partes internas desde una perspectiva de amor, comprensión y empatía. Les agradeció por todos los años de esfuerzo y sacrificio, y les aseguró que ahora él, como adulto, se haría cargo de cuidarlos y protegerlos.
Poco a poco, sus partes internas fueron cediendo el control a Jaime, permitiéndole experimentar la vida desde un lugar de equilibrio, seguridad y armonía. Ahora, Jaime estaba en el camino correcto para convertirse en un adulto consciente, pleno y amoroso, capaz de sanar y cuidar de todas sus partes internas, y vivir una vida llena de amor y felicidad.