Oro en Cada Parte

Reconocer la sabiduría en lo que nos traen nuestras partes

A veces las partes se nos presentan como piedras pesadas. Algunas son grandes y toscas, otras más pequeñas y ásperas. Algunas llegan llenas de barro, envueltas en reproches, tensas de miedo o ardiendo de rabia. Y sin embargo, si nos detenemos un poco, si miramos con más apertura, descubrimos algo que muchas veces pasamos por alto: traen oro.

Cada parte que aparece —sea crítica, ansiosa, irónica, triste, desconfiada o exaltada— trae consigo algo que quiere ser visto. A su modo, viene a proteger, a prevenir, a reparar, a advertir, a recordar. A veces lo hace torpemente, sí. A veces de forma exagerada, dramática o incluso hostil. Pero casi siempre está tratando de ayudar. Y eso merece ser reconocido.


No es solo su rol. Es también el momento

La sabiduría de una parte no está solo en el “rol” que cumple o en la intención positiva que podamos deducir con distancia. Está también en el detalle fino que trae justo al activarse.

Quizá en medio de una conversación aparece una parte con fastidio. Pero si escuchamos bien, esa parte ya nos está dando algo: nos hace notar un cambio de tono, una tensión en el cuerpo, una sensación de haber sido pasados por alto.
Quizá una parte nos apura o interrumpe mientras estamos en silencio. Tal vez no es solo ansiedad, sino una advertencia: esto se parece a algoesto puede dolerno vayas solo.

A veces el oro no brilla enseguida. Pero está ahí. En el matiz, en la incomodidad, en la urgencia mal explicada. Está en la forma en que esa parte capta lo que otros no están viendo. En cómo defiende un valor en juego: la dignidad, la claridad, el respeto, el cuidado, la pertenencia.
Tal vez ese valor no ha sido nombrado aún. Pero la parte lo sostiene con fuerza, incluso si no encuentra palabras.


Empezar a recibir lo que nos están dando

Cambiar la forma de mirar empieza por eso: por dejar de discutir con la parte y empezar a preguntarnos qué está mostrando.
No se trata de darle el volante ni de silenciarla. Se trata de darle un lugar en la conversación interna. De recibir su mensaje, aun si el envoltorio nos resulta incómodo.

Y algo importante: no hace falta que la parte se retire. No hace falta que desaparezca. Muchas veces basta con que sepa que estamos presentes. Que puede seguir cerca, colaborando. Que no la vamos a echar, ni tampoco dejaremos que conduzca solos.


El Self no expulsa: integra

En el modelo IFS, el Self no actúa como juez ni como entrenador. Es presencia. Es espacio. Es quien puede escuchar sin fundirse, y actuar sin atacar.

Cuando una parte aparece con fuerza, el Self no la ignora. Le da la bienvenida y le dice algo así como:
“Gracias por venir. Me doy cuenta de que estás tratando de ayudar. ¿Qué ves que yo no estoy viendo? ¿Qué temes? ¿Qué valor estás protegiendo?”

A veces solo con eso la escena cambia. La parte se relaja un poco. Baja el volumen. Y entonces podemos ver juntas.
No desde el rechazo, sino desde la relación.
No desde el ideal, sino desde lo que hay.

El Self no solo acoge sin rechazar. También le da a lo que la parte trae su trascendencia y su significación.
No lo trivializa, no lo analiza desde afuera, no lo convierte en un problema a corregir.
Lo recibe como lo que es: una expresión legítima del sistema interno, cargada de historia, de sentido y de valor.

A veces lo que una parte nos muestra puede cambiar el curso de una conversación, de una decisión, o de toda una etapa de vida.
Y eso no ocurre porque haya sido “la parte correcta”, sino porque supimos darle el lugar que merecía.


Y si hay algo que decir…

Si el oro aparece, si entendemos lo que la parte quiere señalar, tal vez surge una frase sencilla, una decisión, un gesto claro.

A veces es algo tan simple como:

  • “Prefiero hablar de esto cuando estemos más tranquilos.”
  • “No quiero seguir si no hay respeto.”
  • “Necesito un momento para ordenar lo que siento.”
  • “Gracias por tu intención. Yo me ocupo.”

Esa respuesta no niega lo que la parte trae. Lo traduce.


Cierre

Cada parte, incluso la más incómoda, trae algo que vale la pena recibir.
No importa el tamaño de la piedra ni lo sucia que llegue: adentro hay un brillo.
Un fragmento de verdad. Una memoria viva. Una alerta legítima.
Y cuando nos abrimos a ver eso sin exigirle que se calle o que se vaya,
cuando empezamos a recibir lo que ya estaba ahí,
algo profundo cambia.
En la relación con nosotros mismos.
Y en la forma en que decidimos vivir.

Deja un comentario