¿Alguna vez has sentido una angustia en el pecho sin una razón clara? ¿Una sensación de parálisis o un nudo en el estómago que no logras explicar con palabras? A menudo, intentamos “razonar” para salir de esos estados. Buscamos la causa, el porqué, la historia lógica que lo explique todo. Pero, ¿y si te dijera que algunas de nuestras heridas más profundas no están guardadas en la biblioteca de nuestros pensamientos, sino en la del propio cuerpo?
Como Practicante IFS, veo constantemente cómo el camino hacia la sanación a menudo implica dejar de hablar tanto para empezar a sentir más.
La Biblioteca Secreta que Llevamos Dentro
Imagina que tienes dos tipos de memoria. Una es la memoria explícita: es el bibliotecario de tu mente. Sabe contar historias, recordar fechas, nombres y eventos. Es narrativa, lógica y verbal. Es la que usamos cuando contamos lo que nos pasó ayer.
Pero hay otra, mucho más antigua y visceral: la memoria implícita o somática. Esta no se guarda en palabras, sino en sensaciones, impulsos y emociones. Es el recuerdo de un abrazo cálido que relaja tus hombros, o el sobresalto de tu cuerpo ante un ruido fuerte. Nuestras primerísimas experiencias de vida, incluso desde el útero y el nacimiento, se grabaron en esta biblioteca corporal mucho antes de que tuviéramos palabras para describirlas.
Por eso, hay dolores que no podemos “desentrañar hablando”, porque nunca se codificaron en el lenguaje.
La Historia que Contó un Cuerpo
Hace poco, acompañaba a una persona a la que llamaremos “Ana”. Llegó a consulta con una sensación persistente de estar “trabada” en la vida, acompañada de oleadas de náuseas inexplicables. Había analizado su historia mil veces, pero la sensación física no cedía.
En lugar de buscar una nueva explicación, decidimos hacer algo diferente: simplemente, llevar nuestra atención a esas sensaciones. Sin juzgarlas, sin apurarlas, solo acompañando con curiosidad.
Lo que sucedió fue profundo. Su cuerpo empezó a contar una historia. La sensación de estar “trabada” se convirtió en una inmovilidad física. Las náuseas se intensificaron y se mezclaron con un miedo difuso. Poco a poco, a través de estas sensaciones, una parte muy joven de ella, una bebé, nos estaba mostrando su experiencia al nacer.
Aquí está la clave: Ana no estaba recordando su nacimiento, su cuerpo lo estaba reviviendo en el presente.
El momento sanador no fue entender intelectualmente que su nacimiento pudo haber sido difícil. La verdadera sanación ocurrió porque, por primera vez, su “Yo adulto” (lo que en IFS llamamos el Self) pudo estar presente para esa bebé. Pudo ofrecerle la calma, la seguridad y la bienvenida que quizás faltaron en ese momento original.
Mientras el cuerpo de Ana revivía la sensación de “atasco”, su Self le decía internamente: “Estoy aquí contigo. No estás sola. Ya pasó, y todo salió bien. Te recibo con alegría”.
La historia del pasado no cambió, pero la experiencia sentida en el presente, sí. Al sentirse acompañada y bienvenida, la tensión en su cuerpo comenzó a ceder. La náusea se disipó.
Aprender a Escucharte de Verdad
Este tipo de trabajo nos enseña una lección de humildad y confianza. Algunas de nuestras heridas más antiguas no necesitan más análisis. Necesitan nuestra presencia. No necesitan ser explicadas. Necesitan ser sentidas en un espacio de seguridad y amor.
Tu cuerpo tiene una sabiduría inmensa. Es el archivo de tu vida entera. Aprender a escuchar su lenguaje, a confiar en sus mensajes, es abrir una puerta a la sanación más profunda. Es, finalmente, darte la bienvenida a casa, a ti mismo.