Hace poco, una persona me habló sobre una práctica budista llamada “alimentar a tus demonios”. Aunque no la conocía, resonó profundamente con lo que hacemos desde el enfoque de IFS. Curioso por saber más, descubrí que el modelo IFS y esta práctica tibetana comparten mucho más de lo que parece a simple vista.
Ambos enfoques parten de una premisa que transforma nuestra relación con el mundo interior: lo que rechazamos persiste, pero lo que escuchamos y comprendemos puede transformarse.
¿Qué es exactamente “alimentar a tus demonios”?
La práctica proviene del Chöd, una tradición tibetana adaptada por la maestra Tsultrim Allione en una forma sencilla y aplicable en la vida cotidiana. El proceso no busca alimentar literalmente aspectos negativos, sino visualizar emociones o pensamientos difíciles como entidades que tienen necesidades legítimas, aunque estén mal expresadas.
La práctica implica cinco pasos claros:
- Identificar al demonio: Reconocer la emoción o pensamiento que nos molesta o nos hace sufrir.
- Darle forma: Imaginarlo con características específicas y claras.
- Escuchar su necesidad profunda: Entender qué busca o qué necesita realmente detrás de su apariencia.
- Alimentarlo simbólicamente: Ofrecerle lo que necesita en forma de néctar o energía positiva.
- Observar la transformación: Ver cómo el “demonio” se calma, cambia, e integrar esa energía transformada para nuestro propio crecimiento.
No se trata de consentir caprichos o fortalecer conductas negativas, sino de descubrir la necesidad esencial detrás de algo que parece dañino o incómodo.
La conexión con IFS
Desde el modelo IFS hablamos claramente sobre la buena intención que tienen nuestras partes internas. Cuando están cargadas emocionalmente, pueden manifestarse como miedos, culpas, juicios, impulsos o estrategias extremas. La propuesta es similar: no luchamos contra ellas, sino que las abordamos desde el espacio interno que llamamos Self, una presencia compasiva, tranquila y curiosa.
Cuando las partes internas son escuchadas desde el Self, suelen revelar intenciones positivas: protegernos, cuidarnos o evitar sufrimiento mayor. Lo que antes parecía un “problema” o un “demonio” es, en realidad, una parte agotada y confundida tratando de hacer lo mejor posible.
La práctica budista de “alimentar a tus demonios” no solo ayuda a descubrir esta buena intención, sino que además facilita tomar acción concreta para atenderla y transformarla en nuestro día a día.
Dos caminos, una misma intención
El paralelismo es claro. Ambos métodos:
- Utilizan la visualización para clarificar la emoción o parte interna.
- Proponen una actitud de escucha sin juicio.
- Buscan descubrir la necesidad profunda que yace detrás de la conducta o emoción problemática.
- Promueven una transformación desde adentro hacia afuera, sin imponer ni luchar contra la experiencia interna.
¿En qué se diferencian?
IFS cuenta con un mapa detallado de nuestro sistema interno, identificando claramente roles específicos como partes exiliadas o protectoras con funciones gerenciales o de emergencia. Esto es fundamental para un trabajo terapéutico profundo, especialmente en casos complejos o con trauma.
La práctica budista es más simple, simbólica y meditativa. Y ahí está precisamente su belleza: como práctica cotidiana autodirigida, es enormemente útil, accesible y cercana al espíritu del IFS. Ofrece una manera práctica y directa de relacionarnos con las emociones difíciles, sin necesidad de entrar en toda la complejidad del sistema interno o requerir acompañamiento constante de un terapeuta.
Una invitación diaria al autoconocimiento
No creo que estas coincidencias sean casualidad. Ambas prácticas revelan algo profundamente sabio sobre cómo enfrentar nuestro mundo interior: dejar de huir y comenzar a escuchar lo que hay dentro.
Sea que visualices tus partes o que alimentes simbólicamente a tus demonios, estás eligiendo un camino de autoconocimiento, transformación y libertad interior.
La clave es la misma: dejar de combatir y comenzar a conversar.