El ciclo interno que nos atrapa: me equivoco, me enojo conmigo… y vuelvo a equivocarme

A veces me pasa, y quizás a vos también.

Hago algo que no quería hacer. Actúo desde un lugar que no me representa. Lo noto enseguida, o al rato… y entonces me agarra una bronca tremenda conmigo mismo. Me juzgo. Me digo cosas feas. Me siento mal. Muy mal.

Y en ese estado de malestar interno, vuelvo a equivocarme. Otra vez. Como si nada hubiera cambiado.

Lo que parece un simple error se transforma en un ciclo: una parte actúa, otra se enoja con eso, y otra queda hecha pedazos por lo que pasó. Y en esa confusión, la parte que actúa mal vuelve a tomar el control.

Este tipo de bucles internos son más comunes de lo que parece. No tienen que ver con “ser débil” o “no tener fuerza de voluntad”. Tienen que ver con cómo funciona nuestro mundo interno.

¿Qué pasa adentro nuestro cuando nos equivocamos?

Cuando hacemos algo que no queremos —cuando hablamos de más, reaccionamos de forma exagerada, evitamos algo importante o caemos en una vieja trampa— muchas veces hay una parte nuestra que está actuando en modo automático. Tiene miedo, o está cansada, o está desesperada por algo. Y no encuentra otra salida.

Después, aparece otra parte. La que critica. La que dice: “otra vez lo mismo”, “nunca vas a cambiar”, “qué vergüenza”, “sos un desastre”.

Y ahí empieza otro nivel del problema: el dolor que nos causa nuestro propio juicio.

Ese dolor no nos ayuda a reparar. Al contrario: nos encierra más. Nos deja sin claridad. Sin acceso a nuestra parte más sabia y tranquila. Y como estamos mal, aparece de nuevo la parte impulsiva… y el ciclo continúa.

No sos vos contra vos. Son partes tuyas que no saben cómo ayudarse mejor.

No sos una sola cosa. No sos “el que se equivoca”. Ni “el que se juzga”. Tampoco “el que se hunde en el malestar”.

Tenés dentro tuyo partes distintas que intentan —como pueden— ayudarte a sobrevivir. Algunas lo hacen actuando rápido. Otras lo hacen juzgando. Y otras, apagándose o escondiéndose para que el dolor no se note.

Cuando esas partes no están en diálogo con vos, se enredan entre sí. Y ahí, lo que sentimos como una “caída personal” es en realidad una dinámica interna entre subpersonalidades que necesitan ayuda.

Hacer una pausa cambia todo

Salir del ciclo no es dejar de equivocarse para siempre. Tampoco es reprimir lo que sentimos. Es empezar a mirar. A darnos cuenta. A interrumpir el automático.

Cuando empezamos a ver el ciclo, algo empieza a cambiar.


Ejercicio breve: una pausa para salir del ciclo

Este ejercicio podés hacerlo en cualquier momento en que te sientas atrapado por este tipo de dinámicas. Solo necesitás unos minutos, sin interrupciones.

  1. Observá lo que pasó.
    ¿Qué fue eso que hiciste o dijiste que no te gustó? Nombralo sin juicio.
  2. Registrá el juicio interno.
    ¿Qué te decís después de eso? ¿Qué parte aparece a criticarte? ¿Qué frases usa? ¿Qué tono tiene?
  3. Detectá el efecto emocional.
    ¿Cómo te sentís al escuchar esa crítica? ¿Dónde lo sentís en el cuerpo?
  4. Reconocé a las partes involucradas.
    Sin intentar cambiarlas, solo mirá:
    • Una parte actuó impulsivamente.
    • Otra parte juzga con dureza.
    • Y quizás hay una parte que sufre en el medio.
  5. Haceles un espacio.
    Imaginá que las podés mirar desde afuera, como si fueras un observador curioso y amable. No necesitás resolver nada. Solo estar presente.
  6. Quieres dar un paso más ?Preguntá con amabilidad:
    • A la parte que actuó:¿Qué intentabas lograr? ¿Qué te llevó a hacer eso?
      • A la parte que juzga:¿Qué te preocupa? ¿Qué pensás que pasaría si no criticás?
      • A la parte que sufre:¿Qué necesitás en este momento? ¿Qué te haría sentir mejor acompañada?

No tenés que hacer nada perfecto. Solo empezar a darte cuenta. A veces, con solo mirar con honestidad y con un poco más de comprensión, el ciclo empieza a perder fuerza.

Y ahí puede aparecer algo nuevo: un poco más de paz adentro tuyo.

Deja un comentario