- Centrarte en la relación, no en los resultados. Tu enfoque es construir un vínculo de confianza con el cliente.
- Tener paciencia con el proceso de crecimiento del cliente. No esperes cambios rápidos o progreso constante.
- Confiar en la sabiduría innata del cliente para guiar su propia transformación. No asumas que tú tienes las respuestas.
- Validar las emociones del cliente sin juzgarlas. Acéptalo donde está, no donde crees que debería estar.
- Hacer preguntas con curiosidad en vez de dar consejos directivos. Deja que el cliente encuentre sus propias respuestas.
- Reconocer tus limitaciones como terapeuta. No tienes un poder ilimitado para “arreglar” al cliente.
- Atender tus propias heridas emocionales. Haz tu propio trabajo personal de sanación.
- Dejar tu ego y necesidad de sentirte experto. Sé humilde y aprende del cliente.
- Cultivar la compasión por el sufrimiento ajeno. No te apresures a querer aliviarlo.
- Soltar el apego a resultados. Confía en que el proceso terapéutico traerá crecimiento.