En una tierra lejana, existía un consejo de sabios conocidos como los Protectores Gerentes. Estos seres, dotados de una fuerza y sabiduría inmensas, eran los guardianes de un precioso jardín donde residían las partes más frágiles y heridas de todos los habitantes del reino.
Aunque estos protectores eran vistos como aliados, también tenían la reputación de ser obstinados y, a veces, incluso obstruían el camino hacia la sanación. Esto se debía a que, en su celo por proteger, a menudo se resistían a permitir que otros se acercaran a las partes heridas que resguardaban.
Un día, un joven valiente llamado Eiran decidió embarcarse en una jornada para conocer a estos protectores y buscar su colaboración en la sanación de su propia alma. Sabía que no sería fácil ganarse su confianza, pero estaba dispuesto a intentarlo.
Al llegar al jardín, Eiran fue recibido por los Protectores Gerentes, quienes lo observaban con desconfianza. En lugar de enfrentarlos o intentar burlarlos, Eiran optó por una estrategia diferente: les ofreció su respeto y reconocimiento.
Con paciencia y empatía, comenzó a dialogar con ellos, tratando de comprender sus miedos y preocupaciones. Les mostró que entendía su papel vital en la protección de las partes heridas y que valoraba su esfuerzo.
A medida que los protectores escuchaban a Eiran, comenzaron a sentir una conexión genuina con él. Se dieron cuenta de que, en lugar de ser un enemigo, Eiran podía ser un aliado valioso en su misión.
Juntos, formaron una alianza basada en la confianza y el respeto mutuo. Los protectores permitieron a Eiran acceder al jardín y trabajar junto a ellos para sanar las partes heridas que cuidaban con tanto esmero.
Con el tiempo, el jardín floreció como nunca antes, convirtiéndose en un lugar de sanación y crecimiento para todos. Los Protectores Gerentes, una vez vistos como obstáculos, ahora eran celebrados como aliados valiosos en el camino hacia la sanación y el autoconocimiento.