En un vasto y misterioso bosque llamado “Bosque Interno”, vivían diversas criaturas, cada una con su función y propósito. En el corazón del bosque, oculto entre los árboles más antiguos, había un claro iluminado por una suave luz. Aquí, las criaturas más vulnerables y heridas del bosque encontraban refugio.
Sin embargo, el acceso a este claro estaba custodiado por un ser imponente llamado Gerente, el protector del bosque. Gerente había asumido la responsabilidad de cuidar y proteger a las criaturas heridas, asegurándose de que nadie las lastimara o perturbara.
Aunque Gerente tenía buenas intenciones, su forma de proteger era a menudo rígida y estricta. No permitía que nadie, ni siquiera las otras criaturas del bosque, se acercara al claro. Con el tiempo, muchos comenzaron a verlo como un obstáculo, y algunos incluso intentaron burlarse o engañarlo para acceder al claro. Pero Gerente, con su astucia y determinación, siempre lograba mantenerlos alejados.
Un día, una joven viajera llamada Alma entró al Bosque Interno en busca de comprensión y sanación. Había oído hablar del claro y de las criaturas heridas que allí residían. Sin embargo, al encontrarse con Gerente, se dio cuenta de que no sería fácil llegar hasta ellas.
En lugar de intentar burlarlo o enfrentarlo, Alma decidió acercarse a Gerente con empatía y comprensión. Le agradeció por su labor y reconoció la importancia de su papel protector. A través del diálogo y la conexión, Alma y Gerente comenzaron a confiar el uno en el otro.
Gerente, al sentirse reconocido y valorado, permitió a Alma acceder al claro. Juntos, trabajaron para sanar y cuidar a las criaturas heridas, transformando el bosque en un lugar de armonía y equilibrio.
Con el tiempo, Gerente aprendió que no estaba solo en su misión y que, al colaborar con otros, podía proteger y sanar de manera más efectiva. Y Alma descubrió que, a veces, los guardianes más férreos esconden un corazón lleno de amor y dedicación.